sábado, 27 de febrero de 2016

Mi cama

Abrí los ojos al sentir tu pelo rozando mi cara y no pude evitar otro gemido de placer. Tenías mis muñecas firmemente sujetas con tus manos para mantenerlas sobre mi cabeza, mientras contemplabas el placer en mi cara, al mismo tiempo que tu miembro firme y erecto entraba y salía de mí con tus rítmicas embestidas. Al ver tus ojos mirándome, esa medio sonrisa de labios jugosos, no pude resistir la tentación de acercarme a morder tu boca. Giraste un poco el rostro para no ponérmelo fácil, pero incluso sujeta supe revolverme y alcanzar mi objetivo... Tuve una respuesta contundente en mi pelvis y con tu lengua obligando a mis dientes a entreabrirse para dejarte paso y sumirme en un estado de deseo frenético que apenas me permitía estarme quieta, a pesar de tu peso sobre mí, tu fuerza agarrándome, tus ansias obligándome a dejarte hacer.
La pasión de nuestros besos no frenaba tus envites y mi cuerpo se arqueaba por voluntad propia, cuando los latigazos de placer empezaban a extenderse desde el centro de mi clítoris al resto de mi cuerpo en oleadas que me hacían rebelarme contra la atadura de tus manos y querer aprisionarte más con mis piernas, a estas alturas ya apretando tu cuerpo contra el mío, teniéndonos los dos atrapados y jadeantes.
Te sentía dentro, y apretaba alrededor de ti mis piernas, mi útero, toda yo, para que tu placer alcanzase el punto del mío. Al percibir mi movimiento interno gemiste, levantaste un poco tu cara y aflojaste involuntariamente la presión de tus manos en mi muñeca, momento que aproveché para liberarme y hacerte rodar sobre la cama en un enredo de piernas, brazos, sudor y saliva.
Ahora era yo la que te miraba desde arriba, con esa expresión que sé que te vuelve loco porque es el indicativo de que iba a cabalgar sobre ti hasta que tu leche me llenara y nos fundiéramos en un orgasmo largo.
Sabes que me gusta hacerte sufrir un poco, así que al principio fui muy muy lenta. No sabías si te cabalgaba o sólo quería dejar la marca de mis uñas en tu pecho y mis dientes en tu cuello, al que me acercaba sin dejar de mover mi pelvis con un movimiento apenas perceptible. Así, suave, hasta que empecé a notar tus pulsiones dentro de mí y dejaste tu mano sobre mis caderas. Aceleré mi ritmo, pero fuiste tú el que quisiste marcar mis subidas y bajadas. Mis pechos erectos con unos pezones tan deseables que no pudiste evitar mordisquearlos y lamerlos entre gemidos, mientras yo casi gritaba del placer de ese dolor suave unido a tu pene muy muy dentro, empujando ese punto que tan bien conoces y que me hace pedirte más y más.
Mientras tú agarrabas mis caderas yo subía mis brazos para retener mi pelo, para mirarte desde arriba y morder un poco mis labios y hacerte saber que no debías parar. Nuestros corazones iban rápidos, pero el placer era lento y prolongado. Mi orgasmo había comenzado y lo retenía, para hacerlo coincidir con el tuyo, que presentía cercano por tus gemidos.
Cuando ya no podía más y el grito se escapaba de mi garganta te percibí dentro, explotando en mí, vaciándote y llenándome a mí, con un gemido que acompañó a mi voz y un fuerte apretón de mi carne para que no me separara.
Caí desfallecida y sonriente sobre ti, sin poder dejar de besar tu cuerpo sudoroso ni mirar tus ojos aún cargados de deseo...
La noche sólo había empezado.


miércoles, 11 de septiembre de 2013

El calor era demasiado insoportable como para querer seguir tirada en el sofá. Y la idea de la ducha te pareció buena. Así que me seguiste al baño, recién llegado, mientras yo apenas estaba cubierta por el camisón de seda. Quisiste ayudarme a desnudarme, contra el lavabo, observándonos en el reflejo del espejo donde tu mirada, esa mirada casi transparente, hizo que un escalofrío recorriera mi cuerpo, en el mismo instante que me sujetabas las muñecas juntas firmemente y me besabas en el cuello, mientras con tu mano libre soltabas mi ropa...

Pero yo aún quería refrescarme. Miraste como la seda se deslizaba por mi cuerpo al suelo y me dejaste entrar en la ducha. Tú te quedaste fuera. Completamente vestido. Dejé que el agua recorriera mi cuerpo, suave, fresca, y empecé a enjabonar cada centímetro de mi piel lentamente, dejando que la esponja bordeara, acariciara mis senos, bajando en círculos hacia mi abdomen y deteniéndome un momento en mi sexo.

Tu mirada y esa sonrisa que sólo con vislumbrarla me hace querer morderte, me dieron ganas de seguir jugando con el agua en mí, entreabriendo las piernas, dejándote mirarme y viendo cómo tu pantalón comenzaba a serte estrecho.

'¿Vas a dejarme terminar sola?' Casi no hizo falta acabar la pregunta. Con parsimonia, sin dejar de mirarme, habías comenzado a desabrochar tu camisa. Me dejaste ver tu pecho, donde más tarde reposaría; abriste tu pantalón para dejar salir tu miembro, ya erecto, y, por fin desnudo, entraste conmigo, para ser tú quien dirigiera el agua sobre mi piel. Apenas me dejaste rozarte. Querías mi goce primero. Con una calma que no hacía más que encender mi deseo, llenaste la esponja de jabón para recorrerme tú, aunque pronto pasaste a tus labios, que fueron sellando los míos mientras tus manos se abrían paso, acariciaban los puntos certeros para que los gemidos empezaran a surgir de mi boca y mis manos buscaran tu cuerpo, mis labios te ansiaran y sólo tu fuerza hiciera parar mi juego... Aunque no por mucho tiempo. Quería saborearte, lamer el agua que ya te recorría a ti también, dejar entrar tu miembro en mi boca, tan pausadamente como tú me habías hecho gemir, curvando mi cuerpo.
Pero no te gusta quedarte quieto. Y ambos estábamos demasiado hambrientos. Me giraste contra la pared mientras el agua seguía cayendo y nos excitaba con su roce, para penetrarme, primero con fuerza, para dejarme sentir todo tu peso contra mi espalda, después con embestidas suaves, mientras agarrabas mi cabello.

No sabía si quería que pararas o dejarte hacer, y mi cuerpo decidió por mí en el primer orgasmo que me hizo casi gritar de placer, aunque me acallaste permitiéndome morder tu hombro, dulce del jabón que habías robado de mi piel. Tuve que girarme porque quería besarte, querías besarme y morder mis labios y a trompicones salimos de la ducha. Pero yo no estaba aún satisfecha. No mientras no te hubiera dado el mismo placer que yo había sentido. Y me arrodillé ante ti para jugar con tu miembro en mi boca. Como te gusta, suave al principio, recorriéndolo, de abajo a arriba, en pequeños círculos concéntricos, succionando con delicadeza a veces, mientras noto tu cuerpo temblar, siento las oleadas que te recorren y lo recorren para indicarme cómo seguir y dejar que tu leche bañe mi cuerpo.

Y volvimos a la ducha, cuya agua seguía corriendo mientras volvían tus embestidas y yo me dejaba hacer, te incitaba a hacer, arqueada, agarrándote y obligándote a seguir, para volver a esa pequeña muerte que, esta vez, nos hizo gemir al unísono, mientras dejamos que el agua humedeciera aún más nuestro deseo.

Parecíamos más calmados cuando salimos de la ducha y me dejaste secarte y me secaste, tiernamente. Pero eso no hizo más que reavivar nuestras ganas y  no dejar que tu pene decayera en su deseo.
Me alzaste con tus brazos para penetrarme y así, sintiéndote dentro, sintiéndome, me llevaste a la cama, celosa del baño y triste por nuestra ausencia.

Tumbados, cambiamos los papeles y fui yo la que te cabalgué hasta hacerte perder el aliento. Nos mirábamos, porque nuestros propios anhelos nos daban aún más ganas y nos hacían sentir cada milímetro de la piel erizado por el placer de tal forma que nos perdíamos en él. Reímos porque querías dar número al gozo, y rodamos por la cama y jugamos a poseernos de nuevo.

Se nos hizo pronto, y volvimos a disfrutar de nuevo...

Fotografía de www.starmedia.com

domingo, 9 de junio de 2013

Él dijo que se acercaría hasta su casa. Ella colgó y pensó que estaba más tranquila de lo que había esperado. Quizás algo esa mañana, al despertar, le había dicho que era un día tan bueno como otro cualquiera para que algo cambiara, aunque fuera una minucia.
De manera que se sentó tranquilamente y retomó la lectura que había dejado sobre el sofá, abierta por la página que no logró terminar a causa del timbre del telefóno.
No llevaba quince minutos enfrascada en el libro cuando sonó la puerta. Ese sonido sí hizo que su piel se estremeciera mínimamente, apenas perceptible pero con un pequeño erizamiento de su vello.
La sonrisa se le colgó de la boca y se acercó tranquila hacia la puerta. No dijo nada. Le dejó pasar dentro de la casa y, nada más oír el click de la cerradura lo empujó contra la pared y mirándole directamente a los ojos llevó su boca a los labios de él. Se dejó besar mientras ambos se recorrían el cuerpo con las manos y empezaban a retirar la ropa que ya les molestaba. Sus lenguas decían en silencio las ansias que sus manos reflejaban.
Paró un momento. Se alejó con total parsimonia, mirándole a la cara y conocedora de los latidos que agitaban en el pecho de él, en sus pantalones, en su boca. Dejó que la contemplara mientras se deshacía del vestido que cubría escasamente su piel y puso al descubierto los encajes que apenas tapaban su cuerpo, ahora tan deseado. La música apenas perceptible a causa del deseo la hacía balancearse a su ritmo sereno.
No fueron más que unos segundos, porque en el mismo instante en que vislumbró la sombra de sus pezones, él se avalanzó hacia ella, la estrujó entre sus brazos y dejó que sus besos y mordiscos abandonaran la boca hacia el cuello y esos pechos que lo habían excitado demasiado como para quedarse quieto.
A trompicones, mientras ella se deshacía de la camiseta de él, entraron más en la casa. Los golpes contra las paredes no importaban porque ellos sólo eran conscientes del cuerpo del otro, de las caricias, de los besos, de la temperatura que iba subiendo e incrementaba sus ganas de quedarse desnudos y gozarse. Sus manos no sólo quitaban ropa y acariciaban espalda, cuellos, estómago… Cada vez más rápido se deslizaban buscando el clítoris, el pene…
Se dejaron caer en el sofá, semidesnudo él, prácticamente desnuda ella, que se deslizó para desabrocharle los pantalones y quitárselos a prisa, para no perder el tiempo. Desnudos ya, él comenzó a recorrer con su boca el cuello de ella. Los besos se intercalaban con suaves movimientos de su lengua que marcaban su piel y que se volvieron más ansiosos en los pechos. Endureció los pezones con cortos, rápidos y húmedos lametones mientras sus manos, que habían empezado un masaje casto, se dejaban llevar hasta la entrepierna de ella, para comprobar que esos labios también estaban al rojo.
Dibujó curvas infinitas en su estómago, que lograron hacer que ella temblase de placer y elevara su pelvis pidiendo lo que él sabía que quería, lo que él también quería. Y bajó lentamente por su monte de venus hasta saborearla por completo, mordiendo, bebiendo, excitando los puntos que sabía la llevarían a ella al orgasmo. Los movimientos de la boca de él fueron acompasándose a los espasmos que ella irremediablemente realizaba, primero sólo con sus piernas y su pelvis, luego dejándose arrastrar hasta que el placer se volvió gemido en sus labios. Acariciaba el cabello de él para sentirlo aún más cerca, mientras también sentía dentro su lengua, y se perdió en el gozo hasta elevarse y gritar cuando ya no pudo más.
Pero no quiso terminar ahí, cuando él la miraba sonriendo, aún saboreándola en su boca, le agarró y se colocó encima, mirándolo y dejándole contemplar su cuerpo, sus pechos erguidos, sus ojos cargados de deseo, sus labios que susurraban palabras que lo excitaban aún más.
Había dejado que él la penetrase y había contraído sus músculos para que sintiera que lo quería allí, ahora, para gozar y extasiarse. Inició su propio baile sobre él, primero a un ritmo lento, para permitirle jugar con sus pechos, con sus caderas, con su cintura. Pero fue acelerando al sentir el calor de él, sus ansias, hasta acompasar sus ritmos en un movimiento tan brusco como suave, que los llevaría a la cúspide del placer, fundidos en un gemido infinito que los hizo temblar y rodar juntos al suelo donde las risas salieron de los labios de ella, mientras los ojos de él la seguían, cansados pero aún ávidos de más.
Agazapada como una pantera se le acercó para morderle el lóbulo de la oreja y susurrarle al oído ‘Aún no terminé contigo. Si quieres, ven a mi cama’. Ni siquiera el cansancio y la erección ahora perdida le hicieron dudar a él ni un segundo de que aún tenía sed de ella y no quería irse hasta saciarla al completo y dejarla a ella igual de satisfecha.
De forma que permitió que ella se adelantara, con andares majestuosos y semicubierta por la bata de seda abandonada no sabía cuándo en el sofá, y lentamente, caminó hacia el dormitorio, escuchando la voz de ella cantarle una canción que creía desconocer, pero que se le clavaba en el alma y cuyo sonido comenzó a excitarle casi tanto como la imagen que vislumbró al abrir del todo la puerta de la habitación.
Esta vez supo contenerse para no perder detalle del cuerpo que se le ofrecía, tumbada boca arriba en la cama, con la cabeza girada hacia él, los brazos lánguidamente depositados, uno junto a la cabeza, el otro recorriendo juguetonamente el perfil de su figura, sus piernas semiabiertas, bailando al ritmo de la canción… Se deslizó hasta la cama y se tumbó a su lado, primero sólo mirando esos ojos que ardían en el fuego del deseo, luego recorriendo lentamente la piel para hacerla temblar y erizarse.
Se dejó llevar. Permitió que ella volviera a tumbarlo y lo mirase, para señalar cada punto que le había decidido a meterlo en su cama. Les susurraba haciéndole cosquillas con los labios, incrementando las ganas de volver a poseerla. Sin embargo ella no le dejaba. Jugó con su pelo en su espalda, mientras le daba un masaje con los labios que decían ‘deseo, deseo, deseo’ y se entretuvo besando su cuello, su pecho, para ir bajando mientras sus manos conseguían devolver la potencia a su miembro. Y lo metió en su boca. Suavemente, mojándolo con su saliva, recorriéndolo de arriba abajo, lamiendo su glande con fruición, acelerando el ritmo hasta que él no sabía si quedarse quieto, agarrarla, dejarse llevar o ponerse a gritar de placer.
Ella bebió su esencia mientras jugueteaba aún con la lengua para que el placer de él se prolongara un poquito más, sólo un poco más. No paró hasta que sintió que la atraía hacia sí y la miraba con ojos lujuriosos, colmados, curiosos, satisfechos y brillantes de placer.

Fue entonces cuando se permitieron un descanso. En silencio, con nuevos ojos, el uno al otro, se contemplaron.

domingo, 28 de diciembre de 2008

Te veré acercarte desde lejos y mi primer impulso será echar a correr. Pero no se lo permitiré a mi cuerpo. Atravesaremos la calle deprisa, pero sin correr, mirándonos alternativamente a los ojos y la boca, porque no nos atreveremos a bajar más por el temor de que al levantar la cabeza no seamos nosotros. Nos encontraremos, y no habrá tiempo para palabras porque cogerás mi cabeza acariciando a la vez mi cuello y besarás mis labios con las mismas ansias con las que yo buscaré los tuyos.

Abriré mi boca para permitir que tu lengua me recorra por dentro y morderé suavemente tus labios, y dejaré que lamas los míos mientras tus manos siguen acariciando mi cuello y mi cara y las mías buscan todo tu cuerpo.
Te miraré a los ojos y comprenderé que quiero más, que no me bastan estos besos. Pero me costará llevarte, porque me habrás vuelto a dejar sin aliento con ese último beso que has prolongado tan sólo unos segundos pero que ha humedecido mis labios y me ha derretido por dentro. Ese beso que dejas reposar con cosquillas sobre la piel de mi boca, mientras tu lengua se va retirando lentamente y me sujetas la nuca para subir mi cara hacia tu altura y miras mis ojos, cerrados, para ir separándote poco a poco, primero tu cuerpo del mío, luego tus labios, por último tus manos...

Pero no dejaré ni dejarás que perdamos el contacto, porque tus dedos alcanzarán los míos para volver a tirar de mí y llevarme a donde podamos explayarnos, desnudarnos, contemplarnos, recorrernos y gozarnos.

Sentiré ese nerviosismo inocente que nunca sé de dónde me viene pero siempre llega y me hace temblar mientras desabotono tu camisa bajo tu atenta mirada, mientras no sabes si acaraciarme, despojarme de toda la ropa rápidamente o dejarte hacer. Te obligaré a que te dejes hacer. Y te desnudaré lentamente, esta vez será lento porque necesito recordar cada instante para que no se diluya luego en mi silencio.

Te quitaré la camisa y besaré tu pecho. No dejaré de tocarte mientras te desnudo por completo y te miro y no puedo dejarme la ropa puesta porque necesito que tu piel sienta la mía, que mi cuerpo sienta al tuyo palpitar, llamarme. Me gusta jugar y jugaré con tu espalda, un masaje que te hará tener más ansias porque acabará con miles de besos, lametones, pequeños mordiscos tiernos que me harán tener más ganas de comerte entero.

Y me mirarás, y me harás sentir como la reina del mundo: la más bella, la más poderosa con tus caricias, con tus besos que se detendrán primero en mis lóbulos, hasta que gima y bajes hasta mi cuello, hasta que no pueda estarme quieta porque si sigues no hará falta más, pero sí la hace y jugarás con mis pechos. Querrás succionar, y lamerás mis pezones con dulzura y lascivia en círculos pequeños que se harán poco a poco más rápidos, hasta que no puedas más y sigas bajando, por mi estómago que se retraerá por las cosquillas y elevará mi pelvis irremediablemente, porque te deseo y me deseas y me saborearás y me harás vibrar con un compás esperado.

El primer orgasmo sólo me hará desear más, querer tenerte dentro y empezaré comiendo tu miembro erecto. Lo sentiré entre mis dientes y el cosquilleo en mis labios me indicarán que beberé de ti, que ya gimes y me acaricias tirando de mi cuerpo hacia el tuyo porque necesitas sentirme más, darme más.

Con apenas un instante para recuperar el aliento y enlazados de nuevos por besos buscaremos nuestras formas para acoplar nuestros cuerpos. Encima de ti, contemplaré tu deseo que es igual al mío y marcaremos nuestro ritmo para que tu roce y mi roce, mientras entras y sales, mientras aprieto para que sientas que estás dentro, nos haga olvidar quienes somos y donde estamos porque sólo existe ese momento que parece que no tiene fin, porque lo deseamos y deseamos hacerlo eterno.

Foto Not too late, de Angelica. En www.olhares.com

domingo, 30 de noviembre de 2008

Muevo mis caderas al son de la música. Cierro los ojos y dejo que las notas empapen mis sentidos y cimbreen mis hombros, mientras mis pies siguen los ritmos sensuales cuyas cadencias van resbalando por cada milímetro de mi piel. Siento mi cuerpo vibrar suave, lento, sinuoso.

Abro los ojos y solo estamos tú y yo en mitad de la pista. Tú, mirándome a los ojos para bajar la mirada y contemplar todo mi cuerpo, que parece alejarse de ti para acercarse, bailando, y rozar tus caderas con las mías. Posas tu mano sobre mi cintura y me atraes hacia ti, fijos tus ojos en mis labios, que acaricias. Me dejo llevar por tu métrica, que se convierte en la de los dos, mientras hago piruetas sujetas firmemente por tu decisión y dejo que vuelvas a contemplar mi cuerpo, ahora cerca, ahora perdido en tu latir, que sigue al mío.

Tu mano recorre mi cuerpo para explicarle el ritmo, ambos nos fundimos en una música que desafía nuestros sentidos. Hacia delante y atrás, bajamos para subir hasta los más altos tonos de la canción. No hay nadie más, sólo música, sólo nosotros, vibrando, sintiendo, dejándonos llevar...

miércoles, 5 de noviembre de 2008


Primero recorreré tu espalda con mis manos. Relajaré cualquier duda con un masaje que empiece en tu cuello y recorra tu cuerpo por completo suave y firmemente, para que no te confíes demasiado. Cuando tu rostro refleje la calma comenzaré un nuevo masaje, esta vez con mis labios. Suaves, acariciarán tu piel marcando los caminos por los que no me esperas, hasta que la lengua, juguetona, comience a lamerte para hacer más húmeda la tarde. Te susurraré palabras inesperadas que ericen tu piel, mientras mis manos siguen escribiendo el deseo en tu cuerpo.


Cuando no puedas más, dejaré que te gires a mirarme para agarrar mi cintura y acercar tus labios a los míos. Pero no te besaré. Morderé la jugosa carne oscurecida por las ganas y marcaré con mi lengua el inicio de tu boca. Mientras te saboreo rodaremos sobre la cama y me sujetarás firme, para recorrerme con calma. Empezarás en mi boca para ir bajando. Jugarás con mis pezones y dibujarás círculos imposibles en mi tripa, mientras tus manos se deslizan a mis piernas para abrirlas y continuar tus besos hacia abajo. Saborearás con fruición cómo me derrito hasta llevarme al éxtasis.

Pero no estaré cansada. Subiré sobre tu cuerpo para mirarte a los ojos mientras mis manos te recorren, mis piernas te rodean y dejo que entres en mí para acunarme con el baile más antiguo del mundo. Lento al principio hasta acompasarnos en gemidos de placer. Te apretaré en mi interior para que sientas la presión del deseo y tu excitación alcance el cielo.

Cuando creas no poder darme más, rodaré a tu lado, acariciaré tu pecho, me acurrucaré en tus brazos y comenzaré de nuevo mi recorrido por tu cuerpo para volver a llevarte a lo más alto.

Imagen de Bernardo coelho, extraída de www.olhares.com

miércoles, 15 de octubre de 2008

Una mirada y el mundo desaparecería entre el mar de besos que gritaban desde lo más profundo de su ser. Una caricia y el infierno se desharía incapaz de soportar el calor de tanta pasión condensada en dos cuerpos. Un abrazo y el cielo no sería lo suficientemente grande para preservar tanta felicidad.
Nunca había pensado que todos esos sueños serían superados por el exhaustivo reconocimiento de su cuerpo con el que él ocupó una noche que se hizo eterna y, al mismo tiempo, muy corta porque ambos querían más y las luces del alba no podían ser el final de tanto deseo. Se dejó recorrer cada centímetro de su piel, con las manos, con la boca; e investigó la geografía de quien tantas noches le había desvelado... Pero esta vigilia había sido completamente distinta, porque la había saboreado, palpado, agarrado, arrastrado y se había dejado arrastrar.