Él dijo que se acercaría hasta su
casa. Ella colgó y pensó que estaba más tranquila de lo que había esperado.
Quizás algo esa mañana, al despertar, le había dicho que era un día tan bueno
como otro cualquiera para que algo cambiara, aunque fuera una minucia.
De manera que se sentó tranquilamente
y retomó la lectura que había dejado sobre el sofá, abierta por la página que
no logró terminar a causa del timbre del telefóno.
No llevaba quince minutos enfrascada
en el libro cuando sonó la puerta. Ese sonido sí hizo que su piel se
estremeciera mínimamente, apenas perceptible pero con un pequeño erizamiento de
su vello.
La sonrisa se le colgó de la boca y
se acercó tranquila hacia la puerta. No dijo nada. Le dejó pasar dentro de la
casa y, nada más oír el click de la cerradura lo empujó contra la pared y
mirándole directamente a los ojos llevó su boca a los labios de él. Se dejó
besar mientras ambos se recorrían el cuerpo con las manos y empezaban a retirar
la ropa que ya les molestaba. Sus lenguas decían en silencio las ansias que sus
manos reflejaban.
Paró un momento. Se alejó con total
parsimonia, mirándole a la cara y conocedora de los latidos que agitaban en el
pecho de él, en sus pantalones, en su boca. Dejó que la contemplara mientras se
deshacía del vestido que cubría escasamente su piel y puso al descubierto los
encajes que apenas tapaban su cuerpo, ahora tan deseado. La música apenas
perceptible a causa del deseo la hacía balancearse a su ritmo sereno.
No fueron más que unos segundos,
porque en el mismo instante en que vislumbró la sombra de sus pezones, él se
avalanzó hacia ella, la estrujó entre sus brazos y dejó que sus besos y mordiscos
abandonaran la boca hacia el cuello y esos pechos que lo habían excitado demasiado
como para quedarse quieto.
A trompicones, mientras ella se
deshacía de la camiseta de él, entraron más en la casa. Los golpes contra las
paredes no importaban porque ellos sólo eran conscientes del cuerpo del otro,
de las caricias, de los besos, de la temperatura que iba subiendo e incrementaba
sus ganas de quedarse desnudos y gozarse. Sus manos no sólo quitaban ropa y
acariciaban espalda, cuellos, estómago… Cada vez más rápido se deslizaban
buscando el clítoris, el pene…
Se dejaron caer en el sofá,
semidesnudo él, prácticamente desnuda ella, que se deslizó para desabrocharle
los pantalones y quitárselos a prisa, para no perder el tiempo. Desnudos ya, él
comenzó a recorrer con su boca el cuello de ella. Los besos se intercalaban con
suaves movimientos de su lengua que marcaban su piel y que se volvieron más
ansiosos en los pechos. Endureció los pezones con cortos, rápidos y húmedos lametones
mientras sus manos, que habían empezado un masaje casto, se dejaban llevar
hasta la entrepierna de ella, para comprobar que esos labios también estaban al
rojo.
Dibujó curvas infinitas en su
estómago, que lograron hacer que ella temblase de placer y elevara su pelvis
pidiendo lo que él sabía que quería, lo que él también quería. Y bajó lentamente
por su monte de venus hasta saborearla por completo, mordiendo, bebiendo,
excitando los puntos que sabía la llevarían a ella al orgasmo. Los movimientos
de la boca de él fueron acompasándose a los espasmos que ella irremediablemente
realizaba, primero sólo con sus piernas y su pelvis, luego dejándose arrastrar
hasta que el placer se volvió gemido en sus labios. Acariciaba el cabello de él
para sentirlo aún más cerca, mientras también sentía dentro su lengua, y se
perdió en el gozo hasta elevarse y gritar cuando ya no pudo más.
Pero no quiso terminar ahí, cuando él
la miraba sonriendo, aún saboreándola en su boca, le agarró y se colocó encima,
mirándolo y dejándole contemplar su cuerpo, sus pechos erguidos, sus ojos
cargados de deseo, sus labios que susurraban palabras que lo excitaban aún más.
Había dejado que él la penetrase y
había contraído sus músculos para que sintiera que lo quería allí, ahora, para
gozar y extasiarse. Inició su propio baile sobre él, primero a un ritmo lento,
para permitirle jugar con sus pechos, con sus caderas, con su cintura. Pero fue
acelerando al sentir el calor de él, sus ansias, hasta acompasar sus ritmos en
un movimiento tan brusco como suave, que los llevaría a la cúspide del placer,
fundidos en un gemido infinito que los hizo temblar y rodar juntos al suelo
donde las risas salieron de los labios de ella, mientras los ojos de él la
seguían, cansados pero aún ávidos de más.
Agazapada como una pantera se le
acercó para morderle el lóbulo de la oreja y susurrarle al oído ‘Aún no terminé
contigo. Si quieres, ven a mi cama’. Ni siquiera el cansancio y la erección
ahora perdida le hicieron dudar a él ni un segundo de que aún tenía sed de ella
y no quería irse hasta saciarla al completo y dejarla a ella igual de
satisfecha.
De forma que permitió que ella se
adelantara, con andares majestuosos y semicubierta por la bata de seda
abandonada no sabía cuándo en el sofá, y lentamente, caminó hacia el
dormitorio, escuchando la voz de ella cantarle una canción que creía
desconocer, pero que se le clavaba en el alma y cuyo sonido comenzó a excitarle
casi tanto como la imagen que vislumbró al abrir del todo la puerta de la
habitación.
Esta vez supo contenerse para no
perder detalle del cuerpo que se le ofrecía, tumbada boca arriba en la cama,
con la cabeza girada hacia él, los brazos lánguidamente depositados, uno junto
a la cabeza, el otro recorriendo juguetonamente el perfil de su figura, sus
piernas semiabiertas, bailando al ritmo de la canción… Se deslizó hasta la cama
y se tumbó a su lado, primero sólo mirando esos ojos que ardían en el fuego del
deseo, luego recorriendo lentamente la piel para hacerla temblar y erizarse.
Se dejó llevar. Permitió que ella
volviera a tumbarlo y lo mirase, para señalar cada punto que le había decidido
a meterlo en su cama. Les susurraba haciéndole cosquillas con los labios, incrementando
las ganas de volver a poseerla. Sin embargo ella no le dejaba. Jugó con su pelo
en su espalda, mientras le daba un masaje con los labios que decían ‘deseo,
deseo, deseo’ y se entretuvo besando su cuello, su pecho, para ir bajando
mientras sus manos conseguían devolver la potencia a su miembro. Y lo metió en
su boca. Suavemente, mojándolo con su saliva, recorriéndolo de arriba abajo,
lamiendo su glande con fruición, acelerando el ritmo hasta que él no sabía si
quedarse quieto, agarrarla, dejarse llevar o ponerse a gritar de placer.
Ella bebió su esencia mientras
jugueteaba aún con la lengua para que el placer de él se prolongara un poquito
más, sólo un poco más. No paró hasta que sintió que la atraía hacia sí y la
miraba con ojos lujuriosos, colmados, curiosos, satisfechos y brillantes de
placer.
Fue entonces cuando se permitieron un
descanso. En silencio, con nuevos ojos, el uno al otro, se contemplaron.