miércoles, 11 de septiembre de 2013

El calor era demasiado insoportable como para querer seguir tirada en el sofá. Y la idea de la ducha te pareció buena. Así que me seguiste al baño, recién llegado, mientras yo apenas estaba cubierta por el camisón de seda. Quisiste ayudarme a desnudarme, contra el lavabo, observándonos en el reflejo del espejo donde tu mirada, esa mirada casi transparente, hizo que un escalofrío recorriera mi cuerpo, en el mismo instante que me sujetabas las muñecas juntas firmemente y me besabas en el cuello, mientras con tu mano libre soltabas mi ropa...

Pero yo aún quería refrescarme. Miraste como la seda se deslizaba por mi cuerpo al suelo y me dejaste entrar en la ducha. Tú te quedaste fuera. Completamente vestido. Dejé que el agua recorriera mi cuerpo, suave, fresca, y empecé a enjabonar cada centímetro de mi piel lentamente, dejando que la esponja bordeara, acariciara mis senos, bajando en círculos hacia mi abdomen y deteniéndome un momento en mi sexo.

Tu mirada y esa sonrisa que sólo con vislumbrarla me hace querer morderte, me dieron ganas de seguir jugando con el agua en mí, entreabriendo las piernas, dejándote mirarme y viendo cómo tu pantalón comenzaba a serte estrecho.

'¿Vas a dejarme terminar sola?' Casi no hizo falta acabar la pregunta. Con parsimonia, sin dejar de mirarme, habías comenzado a desabrochar tu camisa. Me dejaste ver tu pecho, donde más tarde reposaría; abriste tu pantalón para dejar salir tu miembro, ya erecto, y, por fin desnudo, entraste conmigo, para ser tú quien dirigiera el agua sobre mi piel. Apenas me dejaste rozarte. Querías mi goce primero. Con una calma que no hacía más que encender mi deseo, llenaste la esponja de jabón para recorrerme tú, aunque pronto pasaste a tus labios, que fueron sellando los míos mientras tus manos se abrían paso, acariciaban los puntos certeros para que los gemidos empezaran a surgir de mi boca y mis manos buscaran tu cuerpo, mis labios te ansiaran y sólo tu fuerza hiciera parar mi juego... Aunque no por mucho tiempo. Quería saborearte, lamer el agua que ya te recorría a ti también, dejar entrar tu miembro en mi boca, tan pausadamente como tú me habías hecho gemir, curvando mi cuerpo.
Pero no te gusta quedarte quieto. Y ambos estábamos demasiado hambrientos. Me giraste contra la pared mientras el agua seguía cayendo y nos excitaba con su roce, para penetrarme, primero con fuerza, para dejarme sentir todo tu peso contra mi espalda, después con embestidas suaves, mientras agarrabas mi cabello.

No sabía si quería que pararas o dejarte hacer, y mi cuerpo decidió por mí en el primer orgasmo que me hizo casi gritar de placer, aunque me acallaste permitiéndome morder tu hombro, dulce del jabón que habías robado de mi piel. Tuve que girarme porque quería besarte, querías besarme y morder mis labios y a trompicones salimos de la ducha. Pero yo no estaba aún satisfecha. No mientras no te hubiera dado el mismo placer que yo había sentido. Y me arrodillé ante ti para jugar con tu miembro en mi boca. Como te gusta, suave al principio, recorriéndolo, de abajo a arriba, en pequeños círculos concéntricos, succionando con delicadeza a veces, mientras noto tu cuerpo temblar, siento las oleadas que te recorren y lo recorren para indicarme cómo seguir y dejar que tu leche bañe mi cuerpo.

Y volvimos a la ducha, cuya agua seguía corriendo mientras volvían tus embestidas y yo me dejaba hacer, te incitaba a hacer, arqueada, agarrándote y obligándote a seguir, para volver a esa pequeña muerte que, esta vez, nos hizo gemir al unísono, mientras dejamos que el agua humedeciera aún más nuestro deseo.

Parecíamos más calmados cuando salimos de la ducha y me dejaste secarte y me secaste, tiernamente. Pero eso no hizo más que reavivar nuestras ganas y  no dejar que tu pene decayera en su deseo.
Me alzaste con tus brazos para penetrarme y así, sintiéndote dentro, sintiéndome, me llevaste a la cama, celosa del baño y triste por nuestra ausencia.

Tumbados, cambiamos los papeles y fui yo la que te cabalgué hasta hacerte perder el aliento. Nos mirábamos, porque nuestros propios anhelos nos daban aún más ganas y nos hacían sentir cada milímetro de la piel erizado por el placer de tal forma que nos perdíamos en él. Reímos porque querías dar número al gozo, y rodamos por la cama y jugamos a poseernos de nuevo.

Se nos hizo pronto, y volvimos a disfrutar de nuevo...

Fotografía de www.starmedia.com

domingo, 9 de junio de 2013

Él dijo que se acercaría hasta su casa. Ella colgó y pensó que estaba más tranquila de lo que había esperado. Quizás algo esa mañana, al despertar, le había dicho que era un día tan bueno como otro cualquiera para que algo cambiara, aunque fuera una minucia.
De manera que se sentó tranquilamente y retomó la lectura que había dejado sobre el sofá, abierta por la página que no logró terminar a causa del timbre del telefóno.
No llevaba quince minutos enfrascada en el libro cuando sonó la puerta. Ese sonido sí hizo que su piel se estremeciera mínimamente, apenas perceptible pero con un pequeño erizamiento de su vello.
La sonrisa se le colgó de la boca y se acercó tranquila hacia la puerta. No dijo nada. Le dejó pasar dentro de la casa y, nada más oír el click de la cerradura lo empujó contra la pared y mirándole directamente a los ojos llevó su boca a los labios de él. Se dejó besar mientras ambos se recorrían el cuerpo con las manos y empezaban a retirar la ropa que ya les molestaba. Sus lenguas decían en silencio las ansias que sus manos reflejaban.
Paró un momento. Se alejó con total parsimonia, mirándole a la cara y conocedora de los latidos que agitaban en el pecho de él, en sus pantalones, en su boca. Dejó que la contemplara mientras se deshacía del vestido que cubría escasamente su piel y puso al descubierto los encajes que apenas tapaban su cuerpo, ahora tan deseado. La música apenas perceptible a causa del deseo la hacía balancearse a su ritmo sereno.
No fueron más que unos segundos, porque en el mismo instante en que vislumbró la sombra de sus pezones, él se avalanzó hacia ella, la estrujó entre sus brazos y dejó que sus besos y mordiscos abandonaran la boca hacia el cuello y esos pechos que lo habían excitado demasiado como para quedarse quieto.
A trompicones, mientras ella se deshacía de la camiseta de él, entraron más en la casa. Los golpes contra las paredes no importaban porque ellos sólo eran conscientes del cuerpo del otro, de las caricias, de los besos, de la temperatura que iba subiendo e incrementaba sus ganas de quedarse desnudos y gozarse. Sus manos no sólo quitaban ropa y acariciaban espalda, cuellos, estómago… Cada vez más rápido se deslizaban buscando el clítoris, el pene…
Se dejaron caer en el sofá, semidesnudo él, prácticamente desnuda ella, que se deslizó para desabrocharle los pantalones y quitárselos a prisa, para no perder el tiempo. Desnudos ya, él comenzó a recorrer con su boca el cuello de ella. Los besos se intercalaban con suaves movimientos de su lengua que marcaban su piel y que se volvieron más ansiosos en los pechos. Endureció los pezones con cortos, rápidos y húmedos lametones mientras sus manos, que habían empezado un masaje casto, se dejaban llevar hasta la entrepierna de ella, para comprobar que esos labios también estaban al rojo.
Dibujó curvas infinitas en su estómago, que lograron hacer que ella temblase de placer y elevara su pelvis pidiendo lo que él sabía que quería, lo que él también quería. Y bajó lentamente por su monte de venus hasta saborearla por completo, mordiendo, bebiendo, excitando los puntos que sabía la llevarían a ella al orgasmo. Los movimientos de la boca de él fueron acompasándose a los espasmos que ella irremediablemente realizaba, primero sólo con sus piernas y su pelvis, luego dejándose arrastrar hasta que el placer se volvió gemido en sus labios. Acariciaba el cabello de él para sentirlo aún más cerca, mientras también sentía dentro su lengua, y se perdió en el gozo hasta elevarse y gritar cuando ya no pudo más.
Pero no quiso terminar ahí, cuando él la miraba sonriendo, aún saboreándola en su boca, le agarró y se colocó encima, mirándolo y dejándole contemplar su cuerpo, sus pechos erguidos, sus ojos cargados de deseo, sus labios que susurraban palabras que lo excitaban aún más.
Había dejado que él la penetrase y había contraído sus músculos para que sintiera que lo quería allí, ahora, para gozar y extasiarse. Inició su propio baile sobre él, primero a un ritmo lento, para permitirle jugar con sus pechos, con sus caderas, con su cintura. Pero fue acelerando al sentir el calor de él, sus ansias, hasta acompasar sus ritmos en un movimiento tan brusco como suave, que los llevaría a la cúspide del placer, fundidos en un gemido infinito que los hizo temblar y rodar juntos al suelo donde las risas salieron de los labios de ella, mientras los ojos de él la seguían, cansados pero aún ávidos de más.
Agazapada como una pantera se le acercó para morderle el lóbulo de la oreja y susurrarle al oído ‘Aún no terminé contigo. Si quieres, ven a mi cama’. Ni siquiera el cansancio y la erección ahora perdida le hicieron dudar a él ni un segundo de que aún tenía sed de ella y no quería irse hasta saciarla al completo y dejarla a ella igual de satisfecha.
De forma que permitió que ella se adelantara, con andares majestuosos y semicubierta por la bata de seda abandonada no sabía cuándo en el sofá, y lentamente, caminó hacia el dormitorio, escuchando la voz de ella cantarle una canción que creía desconocer, pero que se le clavaba en el alma y cuyo sonido comenzó a excitarle casi tanto como la imagen que vislumbró al abrir del todo la puerta de la habitación.
Esta vez supo contenerse para no perder detalle del cuerpo que se le ofrecía, tumbada boca arriba en la cama, con la cabeza girada hacia él, los brazos lánguidamente depositados, uno junto a la cabeza, el otro recorriendo juguetonamente el perfil de su figura, sus piernas semiabiertas, bailando al ritmo de la canción… Se deslizó hasta la cama y se tumbó a su lado, primero sólo mirando esos ojos que ardían en el fuego del deseo, luego recorriendo lentamente la piel para hacerla temblar y erizarse.
Se dejó llevar. Permitió que ella volviera a tumbarlo y lo mirase, para señalar cada punto que le había decidido a meterlo en su cama. Les susurraba haciéndole cosquillas con los labios, incrementando las ganas de volver a poseerla. Sin embargo ella no le dejaba. Jugó con su pelo en su espalda, mientras le daba un masaje con los labios que decían ‘deseo, deseo, deseo’ y se entretuvo besando su cuello, su pecho, para ir bajando mientras sus manos conseguían devolver la potencia a su miembro. Y lo metió en su boca. Suavemente, mojándolo con su saliva, recorriéndolo de arriba abajo, lamiendo su glande con fruición, acelerando el ritmo hasta que él no sabía si quedarse quieto, agarrarla, dejarse llevar o ponerse a gritar de placer.
Ella bebió su esencia mientras jugueteaba aún con la lengua para que el placer de él se prolongara un poquito más, sólo un poco más. No paró hasta que sintió que la atraía hacia sí y la miraba con ojos lujuriosos, colmados, curiosos, satisfechos y brillantes de placer.

Fue entonces cuando se permitieron un descanso. En silencio, con nuevos ojos, el uno al otro, se contemplaron.